11/10/2020

Palo dado, ni Dios lo quita. Bueno, quizá no a corto plazo. Pero lo que construyó el pueblo de México en sus últimos 500 años, no puede ser destruido en sólo dos. Cinco siglos en los que esta nueva nación –Nueva España se llamó, durante 200 años- se abrió paso hacia su futuro con sangre, sudor y lágrimas. La lucha siempre ha sido entre buenos y malos, entre el pueblo y el poder.
Sangre en las espaldas de pueblos originarios, sangre en las manos de colonizadores. A partir de Iturbide (1821-23), dejamos de ser Nueva España para convertirnos en Imperio Mejicano. Grave error disolver el Congreso (¿hoy también?), porque eso alentó la rebelión de los republicanos encabezados por Santa Ana. La historia, 300 años después, parece repetirse. Ya tres poderes en uno solo.
Disuelta la Monarquía y fusilado Iturbide, nace Méjico como República federalista. En 1824 se promulgó la primera Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos. Por traiciones de Santa Ana e intrigas del Clero –hoy causas no muy distintas- el sueño duró menos de 12 años. Su Alteza Serenísima pasaba más tiempo en su rancho de Veracruz, de cuyo nombre no quiero acordarme.
Se impuso, pues, la República centralista a partir del 23 de octubre de 1835. Todo era manejado desde el centro. No había más que tributos de las entidades federativas, lo que provocó brotes separatistas. Yucatán levantó la mano en aquel entonces, así como hoy se levanta el ánimo en Chihuahua; marcada confrontación entre federalistas y centralistas. A nadie le gusta trabajar gratis.
LA CONFRONTACIÓN DEBILITA; HAY BUITRES AL ACECHO
La referencia histórica no persigue, de ninguna manera, más que abonar al entendimiento de nuestra época actual. La debilidad de la República Federal, provocada en aquel entonces por un presidente disperso, alentó la ambición de reconquista de España. Nuestro país estaba débil, divido, confrontado; asomaron buitres del exterior. Levantaron la mano también USA, Francia e Inglaterra.
Así, el marcado centralismo y abuso de poder, dio pauta a la pérdida de más de la mitad del territorio nacional. Aislados esfuerzos de la oposición al autoritarismo –y al Clero- no lograron frenar la caída del país. Juárez intentó, pero ya el destino manifiesto anunciaba la intervención francesa y el Segundo Imperio. Maximiliano encontró un México polarizado. El mundo conoció al México de carne y hueso.
Así hoy como ayer, salvo algunos sectores que prefirieron ser abyectos al nuevo Monarca –Lealtad a Ciegas, le llamaron- las células de inconformidad se multiplicaron por toda la geografía nacional. Juárez encontró semilla fértil de nuevos republicanos y federalistas, dispuestos a luchar en contra del centralismo monárquico. Las rebeliones brotaron de extremo a extremo. El país de nuevo en movimiento.
Menos de cinco años (1863-67) duró la aventura de aquel que quiso ganarse el amor del pueblo. Los indígenas, los mestizos mexicanos, se unieron a los libertadores del yugo absolutista. Juárez retomó el poder que le había sido negado por el usurpador. Identificó a los traidores, fusiló a algunos y a otros más los desterró. A grandes males, grandes remedios. Se pensó nunca más absolutismo ni tentación imperial.
ORDEN, PAZ Y PROGRESO; LA MILICIA ES PRIORITARIA
El derrotero de la historia nos mueve a repensar lo que hoy ocurre en el país. La construcción de un México justo, no ha sido fácil. Porfirio Díaz repitió el error de centralizar la riqueza nacional. Despreció a las entidades federativas y se apoyó en una especie de Ejército Federalista (Guardia Nacional), para mantener el control del país. Firmó su autoritarismo. Subestimó al pueblo bueno y sabio.
Su lema: orden, paz y progreso. El cumplimiento de ellos, llevaría a México a la cúspide. Con la fuerza militar y con obras de gran dimensión, como la ferroviaria (¿Tren Maya?) así como la explotación de los minerales, lograría el progreso. Se asoció con grandes inversionistas, a quienes privilegió con jugosos contratos sin licitación. Ascendentes de los Slim, los Salinas, los Bartlett. Porfirio tenía al país a sus pies.
El gran Ego de Díaz lo llevó a la debacle. Nadie debería contradecirlo; él, y sólo él, disponía de los tesoros nacionales. Ordenó al Congreso lealtad a ciegas. Manipuló y amenazó al Poder Judicial. A la oposición les ofreció tres alternativas: destierro, encierro o entierro. A los estados envió su guardia nacional, para someter cualquier intento de rebelión. Censuró prensa y persiguió a librepensadores. La chispa encendió la mecha.
Entonces México despertó de nuevo. Ante la crueldad colonizadora, la rebelión indígena. Contra la tentación monárquica, la lucha republicana. Para vencer el autoritarismo, la revolución de conciencias. La semilla de la inconformidad está enquistada en el ADN del mexicano. Nunca se ha dejado de luchar. La historia no miente. La historia se repite. Ayer y hoy… también mañana, lucharemos contra la adversidad.
GOBERNANZA: MUCHO PUEBLO PARA POCO GOBIERNO
El demagogo podrá mentir muchas veces a mucha gente, pero no podrá hacerlo todo el tiempo a todo el pueblo. El México postrevolucionario, el institucional, se construyó con sangre, sudor y lágrimas. La democracia –imperfecta, incipiente, con vicios-, debía perfeccionarse, madurar, hacerla incorruptible. Y esto se logra de abajo hacia arriba, no al revés. Los de arriba deben mandar obedeciendo, no al revés.
El tema de la EXTINCIÓN de los Fideicomisos ha sido la gota que derramó el vaso. Estos fondos de administración autónoma, creados por el pueblo y para el pueblo, con mucho dolor, sustentaban el principio de GOBERNANZA. Esta palabra, por muy extraña que nos parezca, es lo que da soporte y fundamento a la DEMOCRACIA. Van de la mano. Poder del pueblo, organizado y asociado desde la propia comunidad.
La excusa para su desaparición, que porque eran mal administradas. La justificación favorita de este gobierno: ¡todas son corruptas! Cierto y en gran medida. Justo es aceptarlo. Pero lo que está enfermo, se cura. Las Reumas del Elefante hay que sanarlas, por sentido común y humanismo. Lo malo se atiende y se resuelve hasta convertirlo en bueno. Para eso se trabaja, pues. Para eso elegimos doctor, administrador.
Pero no se mata al enfermo para curar el cáncer. No se despoja de los bienes de un organismo autónomo para concentrarlo en el manejo de un solo hombre. Si hay pruebas de malos manejos y evidente corrupción, hay que denunciarlo para un juicio legal y castigos ejemplares. No ocurrencias autoritarias; no tentación al poder absoluto; no centralismo monárquico. Así no, Andrés Manuel. Eso está mal.
Si das la espalda a la gobernanza, pierdes gobernabilidad. Si desapareces el fundamento de la democracia, ¿entonces con quién vas a gobernar? Si fraccionas el principio del federalismo, ¿qué queda para administrar? Olvidemos por hoy la fútil insinuación de que los dineros de los finados fideicomisos, se irán para hacer campañas. La historia se repite… tropezamos con la misma piedra.
FOTO EL HERALDO DE JUÁREZ